Y si bien el pescado es de la más alta calidad, la memoria es lo que hace perdurar la verdadera esencia de Comur. Una memoria que habita en las personas que aquí trabajan, y que con la sutileza de su simplicidad guardan en ellas la esencia de la alquimia conservera. Gente con alma portuguesa, cuyas manos ejecutan lo que el corazón les dicta. Gente que llega a la fábrica todos los días, principalmente en bicicleta, como ya lo hacían sus madres y abuelas en el pasado. Se trata de personas para las que el trabajo manual lleva consigo el arte y el peso de las generaciones que se suceden en la ya larga narrativa de Comur. Matilde, la trabajadora que más años lleva en la fábrica, 46 años en la conservera, Adriana y Susana, sus hijas, y Daniela, una de las nietas, son algunas de las muchas mujeres que escriben todos los días las historia de Comur y para las que todo el mundo cabe en una lata.